Después de los exámenes finales y con ganas de aprender fuera del aula, el alumnado de 1.º de ESO cambió los libros por una inmersión en la historia viva de la ciudad. La ruta comenzó en la fachada neorrenacentista del Ayuntamiento, donde un guía explicó el papel del edificio como “casa de todos los vallisoletanos” y les abrió las puertas de espacios normalmente reservados a los plenos municipales. Allí, los estudiantes se sentaron en los escaños, encendieron los micrófonos (sin votar nada peligroso, tranquilos) y descubrieron que el artesonado del Salón de Plenos reproduce el escudo de la ciudad repetido como un mosaico heráldico.
La visita continuó por la gran escalinata de mármol, presidida por vidrieras modernistas con escenas de la leyenda de San Pedro Regalado, patrono de Valladolid. En la sala de recepciones, varios tapices flandeses del siglo XVII sirvieron para comparar el protocolo de antaño con el de hoy: los alumnos comprobaron que, aunque el salón mantiene la solemnidad, hoy los encuentros con asociaciones y colegios se celebran con la misma cercanía que ellos sintieron durante la explicación.
Tras un breve paseo hasta la antigua iglesia de San Agustín, reconvertida en Archivo Municipal, el grupo se adentró en un espacio singular: un templo sin altar pero lleno de documentos. Allí, el personal del archivo mostró mapas originales del siglo XIX, actas capitulares del Concejo y fotografías aéreas de la ciudad antes y después de la construcción del puente Isabel la Católica. Algunos se sorprendieron al ver su barrio apenas dibujado como un conjunto de huertas. La sesión concluyó con una actividad práctica: localizar en los planos históricos la Plaza Mayor y calcular cuánto ha crecido el casco urbano en un siglo.
En conjunto, una mañana completa que enlaza pasado y presente y que demuestra que Valladolid es un aula abierta a cada paso.