Esta etapa evoca recuerdos de paisajes variados atravesados durante el camino, desde los bosques navarros hasta las montañas de León y el emblemático O Cebreiro. El itinerario lleva a los peregrinos a través de un camino marcado por la presencia de eucaliptos y carballos, cruzando diversas aldeas y superando moderadas subidas, hasta llegar al reconocido Monte do Gozo. Este punto ofrece la primera vista panorámica de Santiago y su catedral, un momento emocionalmente significativo para muchos peregrinos. El Monte do Gozo, conocido también por su gran albergue inaugurado en el año jacobeo de 1993, se convierte en el preludio del final de esta monumental travesía, donde el camino continúa hacia el corazón de Santiago.

Limpieza – Laura – Rafa
Desayuno – Arancha
Comida – Esther
Cena – Jorge

EL ENCUENTRO CON EL «OTRO» (Jesús en el camino)

«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32).

PARA los cristianos, Jesús es el rostro humano de Dios, o la imagen de todo lo divino que hay en las personas. Él mismo se define como camino, verdad y vida. Y es cierto, en los evangelios cristianos Jesús aparece en el camino constantemente: durante su vida, a la intemperie, en ruta con sus discípulos, entre Galilea, Judea y Samaría. El camino es lugar de encuentro con la gente, con ricos y pobres, poderosos y excluidos, hombres y mujeres de toda condición. Es lugar de palabra, dicha en los distintos lugares por los que uno va pasando, como un sermón en una montaña en el que pronuncia las bienaventuranzas, profunda síntesis de su proyecto. La pasión y muerte tiene una expresión muy gráfica en el camino de la cruz (Via Crucis). También, desde la fe en un Jesús vencedor de la muerte, el Resucitado se aparece a los suyos en los caminos (Emaús, Tiberíades), aunque no sea fácil reconocerlo.

Nosotros ahora estamos en camino. La vida es un camino. Y estos días son un camino concreto, una peregrinación. Y lo sorprendente es que, desde la fe, Jesús sigue presente en el camino de las personas (por dentro y por fuera). Es curioso, porque no es fácil reconocerlo. No era fácil entonces. No es fácil ahora. A menudo decimos que hay destellos, intuiciones de cómo es. Reconocemos cosas o rasgos de Jesús (quizá lo más entrañable y hondo del ser humano) en los rostros, en las gentes, en las historias…, en lo más personal que hay en unos y otros… De Jesús tenemos su palabra, su lógica, su forma de amar, de hacer, de estar, de ser (y su Espíritu; pero sobre eso volveremos otro día).

Lo de Jesús es sorprendente. Hace sencillo lo complejo e invierte todas las categorías, las de su época y las de ésta. Su lógica es aplastante. Acoger a todos, a pesar de la debilidad y la flaqueza, consciente de que eso es parte de la humanidad. Responder al rencor con misericordia, a la intransigencia con acogida, al prejuicio con abrazo, a la exclusión con apertura. Escuchar a los que nadie escucha, hablar con aquellos a quienes nadie hace caso. Ir a buscar a los últimos. Querer sin negociación.

¿No necesitamos todos a alguien así en la vida? Alguien que me quiera, que me acepte. Alguien que pueda llevar conmigo la carga de las frustraciones, de las flaquezas, de las lágrimas. Alguien que conozca mis miedos y mis fantasmas, mis debilidades y mis fortalezas. Alguien que crea en mí más que yo mismo. Desde la fe, ése es Jesús (un Dios hecho persona, que mostró el verdadero rostro de Dios, un Dios que acoge a cada uno y espera de nosotros mucho más de lo que creemos que podemos dar).

  • Pues bien, para hoy, ese Jesús es, sobre todo, amor radical, incondicional, acogedor,generoso. ¿En qué personas he visto o veo ese amor?
  • ¿He sentido de alguna manera la confianza en que hay un Dios que me quiere así?
  • El Dios que revela Jesús es un Dios que me acepta, me abraza por encima de todo yme invita a amar de la misma manera, especialmente a los desamados. No estoy solo. Quizás es un día para intentar reconocerlo así. Para tratar de escuchar esa palabra que me dice: «Estoy contigo, aunque ni te des cuenta».
 

Encarnación

A mi medida. ¡Tan débil como yo, tan pobre y solo!

Tan cansado, Señor, y tan dolido del dolor de los hombres!

Tan hambriento del querer de tu Padre (Jn 4,34) y tan sediento, Señor, de que te beban… (Jn 7,37).

Tu, que eres la fuerza y la verdad, la vida y el camino;

y hablas el lenguaje de todo lo que existe, de todos lo que somos.

Sacias la sed, la nuestra y la del campo, sentado junto al pozo de los hombres. Arrimas tu hombro cansado a mi cansancio y me alargas la mano cuando la fe vacila y siento que me hundo.

Tú, que aprendes lo que sabes,

y aprendes a llorar y a reír como nosotros

Tú, Dios, Tú, hombre,

Tú, mujer, Tú, anciano,

Tú, niño y joven,

Tú, siervo voluntario,

siervo último siervo de todos…

Tú, nuestro.

Tú, nosotros!

Ignacio Iglesias, SJ

EL ENCUENTRO CON EL «OTRO» (El Espíritu de Dios)

«Cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite gritar: “Abba, Padre”» (Rm 8,14-15).

DIOS es espíritu, aliento, presencia, impulso. ¿Cómo definirlo? Está dentro y fuera. Se le ha querido representar con imágenes, siempre insuficientes: una paloma, una llama de fuego… Quizá porque, cuando sientes algo así como su presencia, eso te enciende, te calienta y a veces te abrasa.

Una buena imagen para entender a Dios es esa del espíritu. Como el viento, como el aire, es inasible, invisible… No lo podemos atrapar ni en un concepto, ni en una idea, ni en un lugar. No está aquí o allá. Está dentro de nosotros y, al mismo tiempo, está muy fuera. ¿Es humor? ¿Es amor? ¿Cuándo y cómo se le siente?

El espíritu dentro de nosotros. Creemos que, de alguna manera, si el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, hay dentro de cada uno de nosotros una conexión profunda, una semilla de algo divino. Y eso a veces es fuerza, en otras ocasiones es inquietud; a veces consuelo, otras esperanza; a ratos sabiduría, otras encuentro… Ahí radica nuestra capacidad de orar, y en el silencio intuir otra presencia, otra fuerza, otro impulso que nos permite sintonizar con otras gentes, otras vidas y otras palabras que parecen dichas para nosotros hoy.

El espíritu alienta y late también en otros, empujándoles a veces a hacer cosas sorprendentes. A amar más de lo exigible. A dar más de lo esperable. A construir donde parecería imposible. En distintos momentos –no podemos olvidarlo–, la humanidad ha sido capaz de las peores aberraciones. Pero también, y sobre todo, ha sido capaz de grandes logros, de episodios de una bondad indescifrable, de un amor que, de tan radical, sobrecoge un poco. A cada dosis de injusticia siempre habrá quien responda con misericordia. Cada dosis de odio habrá quien la silencie desde un perdón que vence. A cada episodio de violencia responderán manos abiertas para construir la paz. Cada insulto será sepultado por caricias, y cada herida sanada con un amor inquebrantable. Es sorprendente, pero a veces hay personas que nos muestran esa capacidad inmensa del ser humano para el bien. Ellos son ventanas abiertas a la trascendencia (a lo que está más allá).

  • ¿Alguna vez he experimentado ese no estar solo? ¿Esa presencia? ¿Esa fuerza o aliento en mí, que no me deja rendirme?
  • Tiene muchos nombres y muchos rostros. Es esperanza en las horas sombrías, perseverancia en la adversidad, consuelo ante las lágrimas, alegría también de noche, fuerza en la debilidad, calma en tiempo de tormenta.
  • Hoy puede ser un día para preguntarte: «¿Dónde estás?». Para pensar en esos momentos o esas personas en quienes uno intuye a veces «algo más». Esa gente cuya grandeza (muy cotidiana en la mayoría de las ocasiones) no te puedes explicar.

Me gustaría ofrecerte aquí un profundo texto de Karl Rahner, un teólogo del siglo XX, sobre la acción del espíritu en nuestra vida…

«¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendernos, aunque se nos haya tratado injustamente? ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa, y cuando el silencioso perdón era aceptado como evidente? ¿Hemos obedecido alguna vez, no por necesidad o porque, de no obedecer, habríamos tenido algún disgusto, sino sólo por esa realidad misteriosa, callada, inefable, que llamamos “Dios” y “su voluntad”? ¿Hemos hecho algún sacrificio sin agradecimiento ni reconocimiento, incluso sin sentir ninguna satisfacción interior? ¿Hemos estado alguna vez totalmente solos? ¿Nos hemos decidido alguna vez sólo por el dictado más íntimo de nuestra conciencia, cuando no se lo podemos decir ni aclarar a nadie, cuando uno está totalmente solo y sabe que toma una decisión que nadie le quitará a uno y de la que habrá de responder para siempre y eternamente?

¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos movía una ola de entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse con Dios ni confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece que uno va a morir de ese amor, cuando ese amor aparece como la muerte y la absoluta negación, cuando parece que se grita en el vacío y en lo totalmente inaudito, como un salto terrible hacia lo sin fondo, cuando todo parece convertirse en inasible y aparentemente absurdo? ¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando aparentemente sólo se podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y aniquilarse a sí mismo, cuando aparentemente sólo se podía cumplir haciendo una tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos para con un hombre cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión, y sin que fuéramos recompensados tampoco con el sentimiento de haber sido “desinteresados”, decentes, etc.?

Busquemos nosotros mismos en esas experiencias de nuestra vida, indaguemos las propias experiencias en que nos ha ocurrido así. Si las encontramos, es que hemos tenido la experiencia del espíritu a que nos referimos».

 

La presencia

La presencia es vista y no vista.

Se siente, como si te besan con la luz apagada, te estremeces, no ves nada.

Sientes eso que se siente, cuando te liberas de una tenaza. La presencia invisible te seca el sudor de una lágrima; no suele ser una persona conocida, no habla, huele a esencia esencial, no os la puedo describir, es muy alta…

Gloria Fuertes